martes, 10 de diciembre de 2013

Lo mejor de FIL Guadalajara 2013

Uno no sabe por dónde empezar, hay tanto que ver que no se puede jerarquizar, pero como todas las cosas buenas en esta vida, todo va surgiendo poco a poco.
No sólo las calles del interior de la FIL se inundan de gente, por toda la avenida Mariano Otero, sobre la cual se encuentra la Expo Guadalajara, se ven personas como hormiguitas con gafetes con la palabra “Expositor”. Desde las nueve menos veinte de la mañana hay movimiento dentro de la Expo, pero afuera se ve a los trabajadores desayunando desde antes.

                Llegar al Pabellón del Estado de México resulta gratificante no sólo por la emoción de ver los libros de uno ya a la venta en el stand, sino por lo ameno que es reencontrarse con rostros conocidos. Los editores de casas editoriales como Norte/Sur, Chicome, Amaquemecan, entre otros doce sellos, saludan gustosos y preguntan ¿cómo estás?, pues no nos veíamos desde la Feria del Libro en el Palacio de Minería.
                Reencontrarse con colegas escritores es otra de las cosas que se agradece en las ferias, pues son estas fiestas (y en especial la de Guadalajara, la segunda más grande a nivel mundial y a la cuál algunos llaman “La fiesta grande de las letras”) del gremio editorial donde todos nos sentimos congratulados por tener algo en común: el amor por los libros, por la lectura y por la literatura. Saber que todos estamos con un mismo ímpetu en Guadalajara es extrapolar que todos los presentes formamos ya una gran familia de lectores. Volver a conversar con Juan José Salazar, director general de Amaquemecan y quien fuera mi mentor en la Universidad, a recibir un cálido abrazo de Óscar de la Borbolla, reafirmar proyectos y recibir sus felicitaciones por “A hurtadillas”, a escuchar los poemas de Carl Rimont o a conversar con Lydia Martínez, ambos autores de Sediento Ediciones.
                Ya el año pasado estuve en esta feria, sin embargo, nada como estar en calidad de autora. Recibir la confianza y hasta admiración por parte de algunas personas, saber que están dispuestos a pagar por un trabajo que “a ojo de buen cubero” les parece atractivo o que al leer algún fragmento quedan atrapados en la lectura. Ver una pequeña fila de dos o tres personas esperando por ver estampada la firma de uno en su libro es una sensación que difícilmente puede explicarse, pero que podría resumir en agradecimiento: con nuestra editorial, Sediento Ediciones, con Manuel Pérez-Petit, editor, con Irma Martínez Hidalgo, formadora de nuestros libros, con Teresita Ramírez, mi ilustradora personal, así como con  cada persona que se ha aventurado a leerme.
                Todo eso es la magia de la FIL, pero sí, aún hay más. Uno no puede andar por las calles de la FIL (y ni siquiera por las de Guadalajara) sin conocer gente extraordinaria, y lo digo porque es gente inquieta a la cual no le gusta permanecer en la parsimonia. Ilustradores, artistas plásticos, escritores, periodistas (de medios y freelance), narradores orales, editores, músicos, traductores, en fin, un sinnúmero de personas que convergen ahí con toda la disposición necesaria para crear. Personas –en su mayoría- sencillas, que saben que la cultura no es esa cosa que algunos quieren hacer pasar por inalcanzable y volver elitista, sino que es todo, es nuestra cotidianidad, nuestro día a día.

                Este año fue Israel el invitado de honor y su pabellón no le pidió nada al del año pasado, el de Chile; por el contrario, la gente corría a tomarse fotos en las tarimas que se montaron, así como al lado de las luces que emulado flotar nos hacían leer: ISRAEL. El año próximo se prevé que sea Argentina el país invitado, así que será, de nueva cuenta, imperdible. 

En realidad no sé qué haya sido lo mejor, yo creo que todo.